Son absolutamente fascinantes (y actuales) los evangelios después de haber
explorado y experimentado en mi vida la influencia de diferentes sistemas de
creencias en los últimos quince años.
Me inspiran, aclaran (muchos momentos de “Ah, claro, por eso…”, acogen y hasta
enganchan como jamás lo hubiera imaginado siendo como he sido una niña traviesa
a la que se le transmitió la imagen de un Dios castigador orgulloso de ese rol (Hasta cierto punto comprensible
pues era una herramienta muy apañada y socialmente aceptada para ejercer
control sobre los niños).
Todavía me asombro (y asombro no es duda) de que después de haber gastado
tanto dinero en terapia para deshacerme de la imagen negativa de mi misma (en
parte debido al uso indebido de los conceptos de infierno y demonio), ahora
haya recuperado mi Fe cristiana y ello esté significando un verdadero descanso
en mi alma.
Una anécdota significativa sucedió el día en el que quise comprar la Biblia
y fui a la librería especializada en espiritualidad de mi barrio. La muchacha
se puso colorada cuando me contestó que no la vendía pero que debería hacerlo,
pues era la palabra de Dios. Un ser humano que, como tantos otros, al experimentar
la necesidad de abrirse a su dimensión espiritual, no se replanteó darle una
oportunidad a la religión con la que había sido criada. Es comprensible. Porque
no sólo se ha dado el fenómeno del envenenamiento de Dios, como bien explica
Anselm Grun en su libro, sino que en mi opinión es el mismo Dios que ha sido
abusado.
Menos mal que tiene infinita paciencia, amor, y un plan. :)
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