lunes, 7 de septiembre de 2015

¿Cómo incluyo el dolor y las injusticias del mundo en mi vida?



Hace dos semanas que mi compañero se fue a Calais, uno de los focos de la actual crisis migratoria europea. Se iba a grabar un documental pero los acontecimientos le llevaron a convertirse en un cooperante más. Con todo lo que ello conlleva. También recolectaron mas de 2.500 euros con los que compraron zapatos, chubasqueros y toallas para los refugiados de la “jungle”. Mientras él estaba en el campo de acción, a mí me quedaba el campo de la reflexión y esto es lo que hice: Informarme, documentarme, investigar, hacerme a mí misma preguntas incómodas obligándome a ser honesta para responderlas y finalmente sacar mis propias conclusiones y opiniones. 

Durante todo este proceso me di cuenta de una cosa: Llevaba días permitiéndome únicamente estas dos emociones: Tristeza y rabia, y todas sus derivadas: indignación, apatía, flojera...etc

Tuve dos días libres en los que mi suegra se llevó a mi hija y fui incapaz de aprovechar ese tiempo que normalmente dedico a mi propio disfrute. ¿Cómo voy a ir al cine con lo mal que lo están pasando millones de seres humanos? ¿Un paseo por el campo? ¿Un baño en la piscina? ¿Comprar una Torta de Casar en el mercadillo? todas esas actividades me parecían una traición para con mis hermanos.

Pasaron los dos días y seguí dando rienda suelta a la tristeza y a la rabia, todo complementado con mucha investigación, lectura de noticias...etc

Empezaron a conocerse las iniciativas solidarias capitaneadas por Ada Colau y secundadas por otras ciudades de España y la incómoda pregunta no dudó en okupar mi cabeza. Yo no la había invitado pero ella llegó, muy tranquila, se sentó mirándome a los ojos y disparó: 

-¿Y tú? ¿Acogerías a un refugiado en tu casa?

-¡Ay! perdóname un segundo, te voy a preparar un té. le dije.

Luego me acordé de barrer la escalera (es la época de caída del pelo), la merienda de la niña, la ducha, la cena...

-¡uf! es que estoy muy ocupada, ahora te atiendo...

Y así hasta la noche. Cuando cayó la noche, presa del miedo a caer en el recién superado insomnio, decidí sentarme de nuevo frente a ella y mirarla a los ojos. Eran unos ojos amables y cálidos, como la luz que ella tuvo a bien encender para que nos pudiéramos ver bien, a pesar de que la distancia era corta.

- ¿y bien? me dijo.

-De bien nada. De ser sí la respuesta no hubiera evitado responderte, bien lo sabes. le dije yo.

Y tuve que reconocerlo: En mis condiciones actuales (y esto ya es justificarme) yo no me ofrecería a acoger a un refugiado en mi casa. Una vez reconocido mi “pecado”, nos dispusimos a comprender el porque. En ningún momento me sentí juzgada pero sí estimulada a responder la pregunta que encabeza este texto: ¿Y cómo incluyes el dolor y las injusticias del mundo en tu vida?.

La pregunta se fue y le agradecí su visita pues no hay nada mejor que un zarandeo a la conciencia que te lleve a analizar tu vida y de ser necesario, hacer cambios. 

Este recorrido que aquí relato ha sido vital para poder recuperar el amplio espectro de emociones que el ser humano tiene la gran bendición de poder sentir.

Llegué a la conclusión de que como ser humano que soy tengo derechos y también obligaciones y dos de estas últimas, que pudieran parecer incompatibles, debían ser armonizadas en mi vida si quería vivir con sentido y plenitud: Disfrutar de la vida que nos ha sido dada y ayudar a los que sufren dejándonos tocar por ese dolor.

Y pienso que inhibir (inconscientemente) mi posibilidad de sentir emociones positivas pensando equivocadamente que me estoy solidarizando con el dolor ajeno es un error. Bueno, no sólo un error, es un maltrato a mi persona. Y si me permito entrar en la espiral de amargura por los acontecimientos externos y dejo de gozar de la vida, la vida dejará de darme posibilidades de gozar. ¿Y no habrá en esta dinámica de no dejarme gozar una profunda y escondida sensación de falta de merecimiento de ser feliz? Ahí lo dejo.

Y sigo con el auto-cuestionamiento:

¿Me comprometo a usar mis capacidades para dar un servicio a mi comunidad (entendida como el mundo entero)? Porque quizás no acogería a un refugiado pero sí podría ofrecerme para cuidar de esos niños cuando estén aquí para dar un respiro a sus padres y familias de acogida. Tengo claro cuales son mis capacidades (que mucho tienen que ver con mis intereses) y son la infancia y la creatividad en todas sus vertientes. Quiero decir  con esto que la solidaridad puede ser ejercida (siempre desde la libertad) de muchas maneras. El compromiso de acción ante el dolor de los demás es fundamental y cada uno debe poder decidir de qué manera se compromete con la paz. La paz con la propia familia, la pareja, los amigos, el propio cuerpo...con uno mismo y el mundo entero. 

Hoy he vuelto a disponer de un tiempo para mí y lo he tenido claro. Saldría al campo a disfrutar y a agradecer esta nueva toma de conciencia que no soluciona el conflicto migratorio europeo pero me va a permitir trabajar para la paz desde mi propia paz interior y en consecuencia, como bien decía la filósofa Simone Weil: Ayudar desde la alegría;
o como dice Fernando Savater: la alegría de vivir pero no necesariamente de lo vivido.

Y sí, merezco emocionarme como una niña chica al ver un remolino de hojas secas avanzar hacia mí. No son más de diez hojillas en una mañana de calma chicha, frente a un trigal recién segado mientras como un plátano y decido qué película voy a ver esta tarde en el cine Avenida, que afortunadamente, y gracias a esfuerzos también solidarios, vuelve a reabrir sus puertas continuando a ofrecer las únicas películas en versión original de Sevilla.