viernes, 23 de marzo de 2018

¡Viva!



Alguien ha escrito en la pared entre signos de exclamación: ¡Viva!

¿Se referirá al Viva que vitorea o al Viva que nos recuerda el imperativo de vivir?

La planta que está a la derecha está viva. Tiene lo que necesita: Agua, luz, mirada. Las rejas la protegen y no le impiden vivir una vida plena y digna. No necesitan el movimiento-desarrollo (físico, mental, emocional, espiritual). El ser humano sí.

Y a veces vivimos como plantas, rodeados de rejas imaginarias.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Soberbia


No todos los paseos rejuvenecen. Algunos, todo lo contrario. Todo depende. ¿de qué?

De la soberbia de mi mirada.

Ilustración: Mickael "Patiño" Brana

Envidia



ENVIDIA

Es posible que a ti también te suceda,
o tal vez no.
A mí me pasa que, cuando accedo
a un lugar conocido,
casa, plaza, calle, un bar,
¿el cuerpo amado?
los movimientos de mi cabeza son limitados,
por no decir nulos.
¿Por qué se limita a permanecer estática sobre mis hombros?
No soy un caballo
ni tengo amo cruel que me haya
condenado con unas anteojeras.
Me lo pregunto mientras observo a un viejo desde mi balcón.
Él aparece en mi plaza cada día por el mismo ángulo.
Él deambula con sus manos cruzadas en la espalda.
Lo escudriña todo.
Cada edificio, portal, las baldosas,
¿Buscará alguna moneda perdida por los visitantes nocturnos?
Su cabeza, a diferencia de la mía,
se parece más a la de un cabritillo
o a la de un niño,
en aquel preciso instante en el que toma
el control de su cabeza
y se inicia en el descubrimiento de la compleja
y maravillosa realidad del mundo.
Sí, a mí me pasa que, cuando lo veo,
le envidio.
Es posible que a ti también te suceda
o tal vez no.

Ilustración: Vejez atemporal. Axel.


miércoles, 14 de marzo de 2018

¿Quieres compañía?


Mario Peccinetti


El viernes por la tarde esperaba a mi hijo mayor frente al restaurante donde actualmente trabaja. El plan era ponernos al día de los acontecimientos de las últimas semanas antes de que entrara en el turno de noche. Llegué con bastante antelación y justo enfrente del restaurante un hombre de unos sesenta años, mediana estatura y bien vestido, se acercó a mí y me preguntó: ¿Quieres compañía?.

Sus gestos y postura corporal mostraban un claro desamparo. Era evidente que estaba proyectando en mí su necesidad de compañía aunque por supuesto él no era consciente de ello. Me atrevo a decir que hasta mi hija de ocho años hubiera captado que aquel hombre no estaba bien. Fragilidad sería la palabra exacta para describir su estado.

Aún siendo evidente dicha fragilidad, dudé unos instantes pero al final le dije que sí y nos sentamos en el banco que quedaba más cerca del restaurante.

Javier, como se llama, empezó a hablarme inconexamente mirándome a los ojos. Aquellas frases que pronunciaba torpemente, o que mejor dicho balbuceaba, me recordaron a las que, cuando somos pequeños, le decimos a nuestra madre para captar su atención. Me dijo que me quería. Me dijo que me iba a hacer un regalo. ¿Cuál? le pregunté, lo que tú quieras, contestó con una sonrisa bobalicona que borró de nuevo la duda sobre si aquel hombre quería aprovecharse de mí de algún modo.

Entonces Javier me cogió una mano y yo empecé a sentirme incómoda en aquella situación que me exigía empatía, pero también mucha madurez. Las dudas sobre sus intenciones volvieron. Vinieron a mi mente aquellas palabras de mi familia: No puedes ser tan ingenua. Es cierto que en aquella ocasión resultó que tenían razón. Ocho euros le di a un chaval tras tragarme una historia que no había por donde coger.

Si les miras, ya te comprometen y luego es más difícil decir que no a lo que te vayan a pedir (que casi siempre es dinero) recordaba que me habían dicho.

Es verdad, aunque también me digo: Si no los miro ¿En qué me convierto? ¿En qué los convierto a ellos?.

Tiene que existir una vía intermedia para poder pasear por una ciudad en los tiempos que corren. Me refiero para mí, para mi forma de ser. La armadura puede ser muy práctica porque conectar con el desamparo de los demás me conecta con mi propia fragilidad y es humano y lógico que necesite protegerme. Ahora bien, me pregunto de qué otras cosas dicha armadura me aísla. 

Volviendo a la historia con Javier, al final la duda y la incomodidad que me provocaba que tuviera mi mano cogida se impuso. Le dije que mi hijo iba a llegar y que le iba a parecer raro verme con un hombre desconocido cogida de la mano. Era una excusa que en parte era verdad, pero que en ningún caso era la razón real y profunda. Javier pareció comprenderlo y al cabo de unos minutos, con aquella mirada de niño obediente, me dijo: Bueno, me voy. Y se fue.

No estaba en absoluto satisfecha conmigo misma por no haberme permitido vivir esa experiencia con más naturalidad. Habían confluido demasiados condicionantes mentales. Los del porque no, y los del porque sí. Mi intuición y mi corazón no se habían hecho presentes. Esto lo tenía claro.

Así que me propuse permitirme ser más libre en la siguiente ocasión.

Sólo tres días después de la vivencia con Javier se dio una nueva circunstancia para la práctica. Alguien me alargaba su mano en el pasillo de una librería. Esta vez era una mujer de unos 90 años en una silla de ruedas que dos mujeres empujaban. Me alargó su mano y no me quedó claro si era para señalarme algo o para que se la cogiera. Y por segunda vez en una semana, en lugar de centrarme en la persona que se estaba dirigiendo a mí, es decir, aquella mujer, volví a cometer el mismo error que con Javier: Obviar lo importante (Ella y yo), y centrarme en lo secundario (los demás).

Así que mi atención se dirigió a los gestos que me hacían las dos personas que acompañaban a la mujer. No viene al caso la interpretación que hice pues muy posiblemente proyecté en ellas mis propias neurosis. Lo importante es que tuve la excusa para no actuar como creo que la situación y la naturalidad de mi persona me pedía. Simplemente estar presente para aquella mujer que me alargaba la mano.

Sin duda, y por desgracia, tendré montones de ocasiones para seguir avanzando hacia una mayor coherencia ante circunstancias como estas.

También sin duda, pero por suerte, existen en el mundo Javieres que nos hacen regalos como estos.





jueves, 8 de marzo de 2018

Sobre el proceso terapéutico (Reflexiones de una paciente)






"Un grano de arroz, para que transforme su dureza en ternura, necesita que lo llevemos a ebullición durante un cierto tiempo"

Definición proceso:

1/Conjunto de fases sucesivas de un fenómeno o hecho complejo.

2/Procesamiento o conjunto de operaciones a que se somete una cosa para elaborarla o transformarla.

Reflexiono, desde mi vivencia personal, sobre la experiencia terapéutica y las limitaciones de algunas fuentes de ayuda y guía que coexisten en este momento de la historia.


Observo cierto paralelismo entre los adultos y algunas religiones (pseudo-religiones, terapias, comunidades espirituales…etc) en su tendencia a acelerar procesos.

A estas religiones, pseudo-religiones…etc, paso a denominarlas fuentes de ayuda-guía.

Muchos adultos insistimos, desde nuestra ignorancia voluntaria, en acelerar procesos de aprendizaje en los niños y algunas fuentes de ayuda-guía pretenden apresurarnos,  cada una a su manera y estilo, a que seamos felices, buenas personas, a perdonar…etc

Adultos y fuentes de ayuda-guía queremos, con la mejor de las intenciones, que en el mundo reine la bondad, y dicho deseo (que también proviene de la ignorancia sobre el ser humano)  favorece que a la más mínima muestra de “maldad” en un niño, nos armemos de una batería de frases hechas para imponerles que “sean” buenos (por su bien, claro).

Y lo más rápido posible.

No seas egoísta, Comparte tus juguetes, pide perdón y perdona ¡ya!, invita a fulanito (que te maltrata, hijo de mi amiga quizás) a casa …y un largo etcétera de comportamientos modélicos que se nos exigen en la infancia para que nuestros padres se queden tranquilos (también se llama narcisismo)  y no pasen vergüenza con los familiares, vecinos y amigos.

Todas estas actitudes por parte de los adultos respecto a la infancia tiene un nombre: Falta de respeto hacia la infancia y sus procesos de aprendizaje. Falta de respeto que proviene de la ignorancia de los procesos de aprendizaje de los niños y niñas en cuanto a las  habilidades sociales, gestión de las emociones e integración de los valores morales.

Aunque mucha gente no quiera creerlo, estas imposiciones crean traumas.

Traumas que desembocan en una falta de conexión con lo que uno es, siente, necesita.

Creceremos con dichos traumas, y es posible (ojalá), que en la edad adulta sintamos un cierto vacío existencial que nos lleve a las librerías, a las comunidades espirituales o a los divanes, en busca de ayuda.

Ese vacío.

Y entonces, inevitablemente, tendremos que revisitar la infancia.

Es casi seguro también que tengamos que reconocer que algunos acontecimientos y comportamientos de nuestros progenitores nos hicieron daño, tanto que han condicionado nuestra forma de desenvolvernos en esta vida.

Un estar en la vida  que no nos proporciona paz interior, sino todo lo contrario.

Y entonces es cuando las fuentes de ayuda-guía pueden volver a ejercer, desde mi punto de vista, esa misma falta de respeto, ese mismo maltrato que ya padecimos en la infancia:

Sal de tu depresión apuntándote a una ONG, perdona a tus padres ya, lo hicieron lo mejor que pudieron, ama incondicionalmente, purifícate y ama a ese compañero de trabajo que te maltrata…etc

Sé bueno, en definitiva.

Lo siento, pero yo veo cierto paralelismo entre lo que vivimos en la infancia y lo que vivimos con estas fuentes de ayuda-guía.

Por tanto, en la edad adulta, y cuando más necesitamos liberarnos de condicionantes, volvemos a encontrarnos con los mismos mensajes que, bajo mi punto de vista, nos siguen alejando de lo que somos, sentimos y necesitamos, de verdad.

Ahora bien, si buscas y encuentras (y si buscas, lo encuentras, valga la redundancia) un/a terapeuta o acompañante que conozca de procesos

1/Conjunto de fases sucesivas de un fenómeno o hecho complejo

2/ Procesamiento o conjunto de operaciones a que se somete una cosa para elaborarla o transformarla.

porque haya profundizado en el suyo propio, tienes muchas papeletas para alcanzar algún día cierta paz interior.

Cuando te sientas en un sillón porque ese vacío ya no te deja dormir ni comer, porque lo poco que te conectaba a la Vida ha desaparecido, y te dicen: El proceso puede durar unos años.

No te asustes, es que probablemente esta persona conoce sobre procesos.

Está en tu mano tener la voluntad, honestidad, capacidad autocrítica, paciencia, esfuerzo y valentía de permitir salir  a la luz todo bloqueo reprimido, y enfrentarlo.

La curación no será milagrosa ni rápida. Tu vida y los acontecimientos que se den en tu día a día te traerán las oportunidades para ir tomando conciencia, sintiendo y corrigiendo tendencias.

Cuando el proceso haya avanzado lo suficiente para que hayas vuelto a engancharte a la vida, todo lo que antes pretendían apresurarte a hacer (por tu bien), desde el desconocimiento de los procesos, se da por añadidura.

Cuando ya ves la orilla cerca y tocas pie, es irremediable que te invada la necesidad de ayudar a los demás a llegar a la orilla. Además, se dará de la manera que mejor se ajuste a quien eres.

Es inevitable también ese perdón, antes forzado, o más bien, yo diría la comprensión de unos padres que, gracias a que se ha respetado tu proceso, reconoces como falibles, humanos y a la deriva.

Ya sólo sientes alivio, porque lo peor pasó.

Pero, y para eso hoy escribo, hay un proceso que debe ser respetado.

Y ese proceso, si es con un/a buen/a terapeuta y, si de verdad quieres llegar a la orilla, te pedirá que eventualmente sientas y liberes emociones de odio, rabia, tristeza, desamparo, celos, envidia, culpa, miedo…

Durante un tiempo te tocará convivir con tu sombra, con todas esas emociones que, a raíz de las imposiciones de los adultos y nuestra necesidad vital de ser queridos y aceptados, negamos cuando éramos pequeños. Pensamos, inocentemente, que podríamos vivir sin sentir esas emociones nunca más.

Paciencia, es una fase del proceso. Incluso durante un tiempo quizás necesites no ver a tus padres (o verlos menos). No será para siempre. No temas. De hecho, no verlos significa en realidad protegerlos. En esa fase no se trata de culparles presencialmente, se trata de repartir responsabilidades y aligerar tu conciencia.

Repartir responsabilidades.

Y cuando hayas tenido la valentía de pasar por esa fase, llegará un regalo directo a tu corazón. Y digo directo a tu corazón porque ya no tendrás que agenciarte el libro de autoayuda de turno para seguir martilleando a tu mente con afirmaciones y decretos de que mereces ser feliz. Para luego verificar que sigues boicoteándote para serlo.

Ese regalo llega a tu corazón para quedarse.

Y ese regalo es sentir que no hay nada malo en ti.

Que nunca lo hubo, y que a partir de ese momento asumes con alegría el derecho y la responsabilidad de controlar y dirigir tus procesos.

Esto significa que ahora te toca a ti respetar los tiempos de tu evolución, ser paciente contigo mismo/a y poner límites a quienes quieran apresurarte.

Empiezas a intuir quien eres, reconoces con más facilidad lo que sientes, y eres capaz de pedir lo que necesitas.

Y lo más emocionante de esta fase: Aceptas incorporarte en el Gran Proceso por excelencia, el Proceso de evolución de la familia humana.