miércoles, 27 de junio de 2018

Extracto libro "Gracia y coraje en la vida y en la muerte de Treya Wilber"



Hace cinco años, estaba sentada en la cocina, tomando té con un viejo amigo, cuando me confesó que unos meses atrás le habían diagnóstico una cáncer de tiroides. Le hablé de mi madre, operada de cáncer de colón hacía quince años, y le dije que, desde entonces, se encontraba estupendamente. Luego le describí todas las teorías que mis hermanas y yo habíamos elaborado para tratar de explicar los motivos que, a nuestro juicio, le habían llevado a contraer la enfermedad.
Teníamos varias explicaciones para el caso, aunque probablemente la favorita era que se había ocupado demasiado de ser la esposa de mi padre en vez de dedicarse a ser ella misma. Especulábamos que, de no haberse casado con un ganadero hubiera sido vegetariana y, de ese modo, habría evitado las grasas animales que contribuyen al cáncer de colón. Otra de nuestras teorías caseras tenía que ver con su incapacidad-muy propia de su familia-de expresar las emociones. Con los años, habíamos llegado a sentirnos muy a gusto en nuestras teorías y explicaciones sobre este traumático incidente.
Mi amigo, que evidentemente había reflexionado a fondo en las implicaciones de su enfermedad, dijo entonces algo que me impresionó profundamente : ¿no te das cuenta de lo que estás haciendo?-me preguntó-. Estás tratando a tu madre como a un objeto, tejiendo teorías sobre ella. Te aseguro que si otras personas elaboraran teorías sobre ti lo vivirías como una violación. Lo sé porque mis amigos también han elaborado sus teorías respecto a mí y lo he experimentado como una carga. No parece que las digan por mi bien, y desde luego no me ayudan nada a sobrellevar esta situación. Siento que su teorías son algo que me hacen a mí, no algo que hagan para ayudarme. Lo que creo es que mi cáncer ha debido de asustarles tanto que necesitan encontrar una razón, una explicación un significado. Las teorías estaban destinadas a ayudarse a sí mismos, no a ayudarme a mí y lo cierto es que me han dolido mucho.

Esta conversación me conmovió profundamente. Nunca había considerado lo que se escondía detrás de mi tendencia a buscar explicaciones ni tampoco había tenido en cuenta las consecuencias que podrían tener sobre mi madre. Aunque nunca le contamos nuestras ideas al respecto estoy segura de que flotaban en el ambiente y que por tanto las percibía. Ahora me doy cuenta de que este tipo de clima no fomenta la confianza y la sinceridad y que tampoco proporciona la menor ayuda. La charla con mi amigo me hizo tomar conciencia de que mi madre no había podido contar conmigo durante la crisis más importante de mi vida.
Este incidente abrió una brecha en mí y fue el comienzo de un cambio que me volvería más compasiva con los enfermos, más respetuosa hacia su integridad, más amable y más humilde con mis propias ideas. Ahora veo que detrás de mis juicios y mis teorías sólo se escondía el miedo. Ahora me doy cuenta del mensaje implícito que subyacía a esas explicaciones. En vez de decir: Me preocupo por ti, o, ¿Qué puedo hacer para ayudarte? Estaba diciendo: ¿Qué hiciste mal? ¿Dónde cometiste el error? Has fracasado, o mejor dicho, ¿Cómo puedo protegerme a mí misma?
Ahora sé que el miedo-el miedo reprimido y oculto-era lo que me motivaba, lo que me obligaba a creer que el universo tiene un sentido y que ese sentido estaba relativamente bajo mi control…
La única forma de saber cómo ayudar a alguien es conocer sus necesidades. Pero para ello es necesario escuchar. La gente atraviesa muchas fases durante el transcurso de una enfermedad tan persistente e imprevisible como el cáncer, y, por consiguiente, es importantísimo aprender a escuchar lo que necesita.
Cuando hay que decidir entre las diversas opciones de tratamiento, la gente quiere información. Quizás deseen que les hable de los tratamientos alternativos o que les ayude a elegir entre las terapias convencionales, pero una vez que han tomado la resolución de seguir un determinado tratamiento, no suelen necesitar más información, aunque para mí sea lo más fácil y menos expuesto que pueda ofrecerles. Ahora lo que necesitan es apoyo, no que les hablen de los peligros de la radiación o la quimioterapia o de los chismes que circulan en torno a esa clínica mexicana que han elegido tras una laboriosa y difícil deliberación. Si, en ese momento, les voy con nuevas sugerencias sobre curanderos, técnicas o terapias sólo puedo confundirles nuevamente, darles a entender que dudo de su elección y alimento así sus propias dudas…

Las decisiones que yo tomé sobre mis propios tratamientos no fueron fáciles. Sé que ese tipo de decisiones son una de las cosas más duras que podemos afrontar en esta vida. He aprendido que nunca puedo saber de antemano que opción elegiría si me hallara en el lugar de otra persona, y ese conocimiento me ayuda apoyar sinceramente las decisiones que toman los demás.
Nunca creí que pudiera someterme a la quimioterapia. Intento centrarme, en lo que puedo hacer ahora, ya que hurgar en el pasado termina degenerando en una especie de autor reproche que no sólo no facilita, sino que por el contrario dificulta la toma consciente de decisiones sanas en el presente. También me doy cuenta de que hay muchos factores que están en gran medida fuera de alcance de mi control consciente o inconsciente. Gracias a Dios, todos formamos parte de un conjunto más amplio y me gusta ser consciente de ello, aunque signifique que tengo menos control. He llegado a comprender que la vida es muy compleja y que todos estamos demasiado interconectados –tanto entre nosotros como en nuestro entorno-como para que una simple afirmación tal como “tú creas tu propia realidad” pueda ser ciertas sin más matices. De hecho, pensar que controlo o que creo mi propia realidad me aleja del rico, complejo, misterioso y estimulante entramado que constituye mi vida.

Cuando hablo con alguien a quien acaban de diagnosticarle cáncer, alguien que ha tenido una recurrencia o que empieza a estar cansado de luchar contra el cáncer, recuerdo que para ser útil, no tengo que dar ideas o consejos concretos. Basta con escuchar. Escuchar es dar. Intento permanecer emocionalmente accesible y mantener el contacto humano. Creo que hay muchas cosas aterradoras de las que nos podremos reír juntos  cuando nos hayamos permitido estar realmente asustados. Intento evitar la tentación de decir a los demás lo que deben hacer, ni siquiera frases tales como: Lucha por tu vida, Cambia o muere de forma consciente. Trato de no empujar a la gente a tomar la dirección que yo erigiría o que creo que elegiría.

sábado, 2 de junio de 2018

AMAR-QUÍA (Culpa y ética)


Elucubración:

Si aprendemos a beneficiarnos con naturalidad y consciencia de la guía que nos ofrece la culpa, logrando como especie un comportamiento cada vez más ético, podremos llegar a vivir en Anarquía, o como a mí me gusta imaginarlo, que es: vivir en AMAR-QUÍA.

Una dificultad a superar para llegar a ello es que la religión católica ha abusado, sin cuestionarse, del uso de la culpa como herramienta de control y hemos aprendido a utilizarla, sin cuestionarnos y con el mismo fin, con los niños, parejas, padres...etc

La culpa es una emoción natural humana que siento de modo desagradable en cuerpo y mente y que tiene  la función de darme la oportunidad de auto-regularme, analizando objetivamente lo que me despierta dicha culpabilidad y en caso de que corresponda, tomar responsabilidad para poder aprender del error.

Muchas veces debo rechazarla porque se trata de culpa que proviene de una creencia erronea. Estas culpas que me paralizan es fundamental que las detecte y las trabaje porque limitan mi experiencia de vivir. 

Por ejemplo, a la generación de nuestros padres y madres les hicieron creer todo tipo de barbaridades sobre la masturbación. Otro ejemplo: si interioricé que sólo era amado si era bueno, es probable que sienta culpa cuando me pidan un favor y conteste que No (si es que soy capaz de hacerlo)

Por otro lado, si me dedico a leer el diario de mi hija, a controlar el móvil de mi pareja, me salto el turno en la cola, miento, abuso de la bondad de otra persona, y no tengo ningún tipo de remordimiento o interés para intentar no volver a hacerlo en una próxima ocasión, es que quizás he rechazado la culpa ,en general, como herramienta de auto-regulación. Es posible que porque abusaron de ella para controlarme en la infancia.

Bajo mi punto de vista, creo que somos una generación que estamos haciendo un trabajo grande de liberación de culpa “vieja”, por decirlo de alguna manera, y que tenemos el reto de aprender a diferenciar la culpa limitante de la culpa que nos dirige con gracia a un comportamiento más ético, a través del ensayo y error y la toma de responsabilidad de nuestros actos.