Hace cinco años,
estaba sentada en la cocina, tomando té con un viejo amigo, cuando me confesó
que unos meses atrás le habían diagnóstico una cáncer de tiroides. Le hablé de
mi madre, operada de cáncer de colón hacía quince años, y le dije que, desde
entonces, se encontraba estupendamente. Luego le describí todas las teorías que
mis hermanas y yo habíamos elaborado para tratar de explicar los motivos que, a
nuestro juicio, le habían llevado a contraer la enfermedad.
Teníamos varias
explicaciones para el caso, aunque probablemente la favorita era que se había
ocupado demasiado de ser la esposa de mi padre en vez de dedicarse a ser ella
misma. Especulábamos que, de no haberse casado con un ganadero hubiera sido
vegetariana y, de ese modo, habría evitado las grasas animales que contribuyen
al cáncer de colón. Otra de nuestras teorías caseras tenía que ver con su
incapacidad-muy propia de su familia-de expresar las emociones. Con los años,
habíamos llegado a sentirnos muy a gusto en nuestras teorías y explicaciones
sobre este traumático incidente.
Mi amigo, que
evidentemente había reflexionado a fondo en las implicaciones de su enfermedad,
dijo entonces algo que me impresionó profundamente : ¿no te das cuenta de lo
que estás haciendo?-me preguntó-. Estás tratando a tu madre como a un objeto,
tejiendo teorías sobre ella. Te aseguro que si otras personas elaboraran teorías
sobre ti lo vivirías como una violación. Lo sé porque mis amigos también han
elaborado sus teorías respecto a mí y lo he experimentado como una carga. No
parece que las digan por mi bien, y desde luego no me ayudan nada a sobrellevar
esta situación. Siento que su teorías son algo que me hacen a mí, no algo que
hagan para ayudarme. Lo que creo es que mi cáncer ha debido de asustarles tanto
que necesitan encontrar una razón, una explicación un significado. Las teorías
estaban destinadas a ayudarse a sí mismos, no a ayudarme a mí y lo cierto es
que me han dolido mucho.
Esta conversación
me conmovió profundamente. Nunca había considerado lo que se escondía detrás de
mi tendencia a buscar explicaciones ni tampoco había tenido en cuenta las
consecuencias que podrían tener sobre mi madre. Aunque nunca le contamos
nuestras ideas al respecto estoy segura de que flotaban en el ambiente y que
por tanto las percibía. Ahora me doy cuenta de que este tipo de clima no
fomenta la confianza y la sinceridad y que tampoco proporciona la menor ayuda. La
charla con mi amigo me hizo tomar conciencia de que mi madre no había podido
contar conmigo durante la crisis más importante de mi vida.
Este incidente
abrió una brecha en mí y fue el comienzo de un cambio que me volvería más
compasiva con los enfermos, más respetuosa hacia su integridad, más amable y
más humilde con mis propias ideas. Ahora veo que detrás de mis juicios y mis
teorías sólo se escondía el miedo. Ahora me doy cuenta del mensaje implícito
que subyacía a esas explicaciones. En vez de decir: Me preocupo por ti, o, ¿Qué
puedo hacer para ayudarte? Estaba diciendo: ¿Qué hiciste mal? ¿Dónde
cometiste el error? Has fracasado,
o mejor dicho, ¿Cómo puedo protegerme a
mí misma?
Ahora sé que el
miedo-el miedo reprimido y oculto-era lo que me motivaba, lo que me obligaba a
creer que el universo tiene un sentido y que ese sentido estaba relativamente
bajo mi control…
La única forma de
saber cómo ayudar a alguien es conocer sus necesidades. Pero para ello es
necesario escuchar. La gente atraviesa muchas fases durante el transcurso de una
enfermedad tan persistente e imprevisible como el cáncer, y, por consiguiente,
es importantísimo aprender a escuchar lo que necesita.
Cuando hay que
decidir entre las diversas opciones de tratamiento, la gente quiere información.
Quizás deseen que les hable de los tratamientos alternativos o que les ayude a
elegir entre las terapias convencionales, pero una vez que han tomado la resolución
de seguir un determinado tratamiento, no suelen necesitar más información,
aunque para mí sea lo más fácil y menos expuesto que pueda ofrecerles. Ahora lo
que necesitan es apoyo, no que les hablen de los peligros de la radiación o la
quimioterapia o de los chismes que circulan en torno a esa clínica mexicana que
han elegido tras una laboriosa y difícil deliberación. Si, en ese momento, les
voy con nuevas sugerencias sobre curanderos, técnicas o terapias sólo puedo
confundirles nuevamente, darles a entender que dudo de su elección y alimento
así sus propias dudas…
Las decisiones
que yo tomé sobre mis propios tratamientos no fueron fáciles. Sé que ese tipo
de decisiones son una de las cosas más duras que podemos afrontar en esta vida.
He aprendido que nunca puedo saber de antemano que opción elegiría si me
hallara en el lugar de otra persona, y ese conocimiento me ayuda apoyar
sinceramente las decisiones que toman los demás.
Nunca creí que
pudiera someterme a la quimioterapia. Intento centrarme, en lo que puedo hacer
ahora, ya que hurgar en el pasado termina degenerando en una especie de autor
reproche que no sólo no facilita, sino que por el contrario dificulta la toma
consciente de decisiones sanas en el presente. También me doy cuenta de que hay
muchos factores que están en gran medida fuera de alcance de mi control consciente
o inconsciente. Gracias a Dios, todos formamos parte de un conjunto más amplio
y me gusta ser consciente de ello, aunque signifique que tengo menos control.
He llegado a comprender que la vida es muy compleja y que todos estamos
demasiado interconectados –tanto entre nosotros como en nuestro entorno-como
para que una simple afirmación tal como “tú creas tu propia realidad” pueda ser
ciertas sin más matices. De hecho, pensar que controlo o que creo mi propia
realidad me aleja del rico, complejo, misterioso y estimulante entramado que
constituye mi vida.
Cuando hablo con
alguien a quien acaban de diagnosticarle cáncer, alguien que ha tenido una
recurrencia o que empieza a estar cansado de luchar contra el cáncer, recuerdo
que para ser útil, no tengo que dar ideas o consejos concretos. Basta con
escuchar. Escuchar es dar. Intento permanecer emocionalmente accesible y
mantener el contacto humano. Creo que hay muchas cosas aterradoras de las que
nos podremos reír juntos cuando nos hayamos
permitido estar realmente asustados. Intento evitar la tentación de decir a los
demás lo que deben hacer, ni siquiera frases tales como: Lucha por tu vida,
Cambia o muere de forma consciente. Trato de no empujar a la gente a tomar la dirección
que yo erigiría o que creo que elegiría.